Poblamiento del municipio de San Mateo (La Capilla), en la Época Colonial.
- albaluzbonilla
- Jun 16, 2020
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Updated: 5 days ago
Abreviaturas.
A.G.N.: Archivo General de la Nación.
A.R.B: Archivo Regional de Boyacá. A.H.T.: Archivo Histórico de Tunja. A.C.H.S.C. : Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura.
CxT: Coeficiente por tributario.
f.r. : folio recto f.v. : folio verso. Leg. : Legajo.
El territorio que actualmente ocupa el municipio de San Mateo está ubicado en el espacio circundante a la Sierra Nevada del Cocuy, Guicán y Chita, caracterizado por un relieve quebrado, típicamente glaciar, con valles en forma de V, abruptas montañas que tienen su máxima altura en el Ritacuba Blanco 5.330 m.a.s.n.m. y en las laderas montañosas se encuentran algunos altiplanos, que actualmente ocupan las áreas urbanas de varios de los municipios de la región.
En los pisos térmicos se encuentran las formaciones vegetales de bosque de páramo (3.000-4.500 m), bosque húmedo montano (2.500-3.300 m.), seco montano bajo (2.000 y 3.000 m.), húmedo montano bajo (1.800-2.000 m.) y húmedo premontano (1.000 a 1.800 m.). Algunos de estos sectores presentan climas locales o bolsas ambientales debido al grado de inclinación del terreno, horas de sol y de lluvia, calidad de la cobertura del suelo, posibilidad de riego y vientos locales. (Stern, 1986, pg.24).
En el período Precolombino, la vertiente occidental de La Sierra Nevada estaba habitada por los indígenas Laches, quienes habían alcanzado un nivel de organización de “confederación” cuya cabeza principal la ejercía el cacique de El Cocuy. Así, los cacicazgos de Boavita, Panqueba, Guacamayas, Cheva, Ogamora y Chita, pagaban tributo al cacique de El Cocuy, pero las mantas, carne de venado y panes de sal, que tributaban, eran retribuidos por el gran cacique a sus súbditos, en forma de regalos, en visitas y en fiestas relacionadas con las siembras y las cosechas. (Languebaek, 1987. pgs. 32-37). También, estas comunidades tenían sitios ceremoniales. Los mitos cantados de los U´wa permitieron descubrir estos lugares arqueológicos, señalados por menires, en el Pueblo de las Mercedes, Chiscas, Güicán, Cocuy y Chita, y los encuentros y realización de sus cultos y mitos tenían como fin "mantener cooperación e identidad entre grupos y tal vez, sobre todo, relaciones de dependencia". (Osborn, 1985, pgs. 27-54)
Los indígenas Laches desarrollaron un sistema de poblamiento que combinaba la aldea permanente, en tierra fría, donde cultivaban papa, maíz y fríjoles, con viviendas y parcelas dispersas en zonas templadas y cálidas en las que cosechaban coca, algodón, hayo y maíz; en los páramos tenían bohíos “chiquitos como santuarios” y en las zona de confluencia de los ríos Chicamocha y Nevado, tenían sementeras que compartían entre comunidades de la confederación. (Languebec, 1987 pgs. 65-140) El cacicazgo de Boavita, ocupaba los territorios actuales de Boavita, La Uvita y San Mateo.
Hernán Pérez de Quesada y su hueste conquistaron el territorio en 1541, y en los años siguientes los cacicazgos se repartieron en encomiendas. Según la Retaza de Angulo de Castejón en 1565 (Tovar, 1970, pgs. 115-123), el cacicazgo de Boavita se había asignado a Pedro Niño, quien a cambio de recibir el tributo indígena debía nombrar cura doctrinero para proteger, evangelizar y enseñar a leer y escribir a los nativos; la capilla doctrinera se organizó en el antiguo caserío de indios de "la parte de Boavita", que conformaba el cacicazgo, junto con "la parte de Tuamaca", la "parte de Cusaguí" y la parte de Yanaconas. (Archivo Histórico de Tunja, Leg. 293, f.171 r. v.) Tuamaca se localizaba en el territorio actual de San Mateo y Cusaguí, hoy es una vereda de la Uvita.
El tributo lo debía pagar todo indígena varón entre los 17 y 55 años de edad y en 1565, Boavita tenía 200 tributarios y ocho indígenas de servicio. Como no hay información sobre la población total, se hace un cálculo con el coeficiente por tributario de 6.5, obtenido según los datos de la visita de 1635, y sería aproximadamente de 1.352 nativos para ese año. En esta ocasión, el total de tributarios fueron tasados en 200 mantas de algodón, para pagar cada año en dos contados, uno por navidad y otro por el tiempo de San Juan. (Tovar, 1970, pgs. 116, 123)
La población indígena comenzó a disminuir por las epidemias de sarampión y viruela, por el fuerte trabajo para conseguir el tributo, las contribuciones de la doctrina, y para la manutención familiar y obligaciones comunales. El presidente Antonio González en 1596 ordenó la creación de los resguardos indígenas, asignándoles un territorio delimitado para disminuir sus tierras y liberar espacio para españoles importantes a quienes la Corona les venía otorgando tierras en "merced" y donde se fueron estableciendo blancos pobres y mestizos que buscaban trabajo en la región. También se crearon los corregimientos o unidades administrativas que comprendían varios pueblos o comunidades de indios. Boavita quedó incluido en el Corregimiento de Chita, por ser la cabecera, junto con La Salina, Cocuy, Guicán, Guacamayas, Chiscas y Panqueba.
El resguardo de Boavita se delimitó en 1635 por el Visitador Juan de Balcárcel, con un territorio y delimitación aproximada del actual municipio y las partes de Tuamaca y Cusaguí. El cacicazgo mantuvo su organización ancestral bajo el poder español; así, el cacique era la autoridad principal del resguardo considerado como comunidad y territorio y los capitanes indígenas eran los jefes de unidades más pequeñas llamadas “parcialidades”, o "partes". (A.G.N. Resguardos Boyacá. T.7 fs. 720 r.- 740 v.).
El Oidor Balcárcel encontró que el resguardo de Boavita contaba con 81 tributarios y un total de 534 indígenas; por este tiempo cada indio tributario debían pagar a su encomendero dos mantas de algodón y dos gallinas. Las leyes reales prohibían al encomendero vivir y tener tierras cerca a los indígenas, pero en la delimitación del resguardo, se constata que Pedro Niño Zambrano tenía aposentos y tres estancias, parte de las cuales “donó” a los indígenas para potrero y tierras de comunidad.
La vida continuó con medidas que ordenaban mantener separados a los indígenas de los vecinos; estos, dedicados a la agricultura de hortalizas, frutos, cereales, caña de azúcar y a la ganadería. Los indígenas que siempre habían cultivado maíz, papa, fríjoles, cubios, ibias, se les mandaba sembrar trigo, cebada, y criar vacas, bueyes, caballos, yeguas, cabras, ovejas y porcinos, para el mercado local.
Algunos cronistas de la época tuvieron la oportunidad de conocer la región y dejaron en sus obras algunas apreciaciones; entre ellos, el padre Vicente de Oviedo en 1764 escribió que Boavita tenía una buena iglesia y estaba “competentemente ornamentada”; destacó la abundancia de estoraques, árboles muy apreciados por su resina de suave fragancia, empleada a falta de incienso; exaltó la fertilidad de sus tierras para el cultivo de trigo y maíz, para la producción de caña dulce que tenía fama de ser la mejor de todo el reino, de la cual se elaboraban ricas conservas, panela, azúcar y miel que se utilizaban en todos los gastos, entre ellos, para el aguardiente y la chicha. (Oviedo. 1930, pgs. 24, 47, 131-132).
Manuel Ancízar en 1850, unos pocos años de finalizada la Colonia, describe a Boavita como un "cacerío pajizo" y a "Uvita" media legua adelante, separada y en competencia con Boavita. Llegó con sus acompañantes a la plaza de "Uvita" un día de mercado, la cual estaba llena de "bueyes enjalmados" y muchos campesinos ofreciendo variedad de frutos y otros artefactos; con rareza notaron el rostro de algún indio entre la multitud de vecinos blancos, destacándose las mujeres por el carmín de sus mejillas y sus pies pequeños con alpargatas sujetadas con trenzas de colores. (Ancízar, 1853, pg. 228)
Volviendo al siglo XVIII, con frecuencia las familias de vecinos se desplazaban a vivir de una feligresía a otra, debido a la inestabilidad laboral. Eran pocos los propietarios de grandes estancias y numerosas las familias que no tenían tierras, por lo cual se veían obligados a trabajar como jornaleros, sembrar en compañía, arrendar parcelas en tierras de españoles, e incluso dentro de los resguardos indígenas del corregimiento.
El poblado del resguardo de Boavita y su iglesia, además de ser el centro del adoctrinamiento de indígenas, también lo era para los vecinos, quienes debían acudir allí a los servicios religiosos y contribuir con la congrua y sustentación del cura, con la compra de imágenes religiosas y demás adornos de la iglesia, organizar las cofradías y aportar para los adelantos de la iglesia. (A.G.N. Fábrica de Iglesias. T. 1 fs. 3 r.- 128 r.)
Cuando el oidor Berdugo y Oquendo visitó en 1755 el resguardo y la feligresía de Boavita, encontró que sólo había 384 indígenas, mientras que blancos y mestizos habían aumentado considerablemente a 3.416. (A.G.N. Visitas Boyacá T. 14 f. 723 v.). Este incremento de vecinos obedecía a la mezcla interracial y también a la inmigración de blancos y mestizos, que convirtió al corregimiento de Chita en el de mayor número de vecinos de la provincia de Tunja. Por esto, el Visitador recomendó al Virrey Manuel de Guirior, rematar para los vecinos, algunos terrenos de los resguardos, que según él, les sobraban a los nativos y así lograr ganancias para la Real Hacienda.
Los vecinos de La Uvita venían gestionando la creación de parroquia. El padre Vicente Ferrer del Río y Lozza, cura de Boavita, en junio de 1758 redactó las condiciones para la nueva fundación: límites, obligaciones religiosas, civiles y leyes de segregación racial con penas de 50 azotes para indígenas y 50 pesos para vecinos que las incumplieran y el dinero se aplicaría a la construcción de la iglesia. Los blancos y mestizos que vivían en el resguardo en calidad de arrendatarios, fueron expulsados y algunas de sus casas derribadas. (A.G.N. Fábrica de Iglesias. T. 1 fs. 1 r.- 130 v.).
La aprobación de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de La Uvita fue firmada por el Virrey José Solís Folch de Cardona y por el Arzobispo de Santafé, José Javier de Arauz, en julio y agosto de 1758. Los hermanos Tarazona, bisnietos de Antonio Duarte, quien había comprado a mediados del siglo XVII las tres estancias del encomendero de Boavita, y Victorino Figueroa y familia, donaron el terreno para construcción del poblado de la nueva parroquia. La zona rural comprendía seis “cuadrillas” o divisiones territoriales, una de ellas era "Joia y la Capilla", porque en ese “sitio” había una capilla que servía para ayudar a la doctrina de sus habitantes, quienes 14 años después, también solicitaron la creación de otra nueva parroquia.(A.G.N. Visitas Boyacá. T. 7 fs. 35 r.- 60 v.)
En un documento escrito en el “sitio de la Capilla” (Copia del Acta de Fundación. En Repertorio Boyacense. N° 59 pg. 568), una comisión integrada por ocho personas, presidida por Eusebio Cordón y Hernández, apoderado del vecindario, manifestaron que por la distancia y los peligros del camino a la Iglesia de La Uvita, la gente podía morir sin sacramentos y los niños sin bautismo, se les dificultaba asistir a misa todos los festivos, sufrían mucho para trasladar a sus difuntos y tampoco podían llevar a los niños a la escuela, sin descuidar sus casas y familias.
El Arzobispo de Tunja, El Reverendísimo Don Fray Agustín Manuel Camacho y Rojas, nombró a Don Joseph del Ferro cura de la parroquia de El Cocuy como juez de la comisión y al Visitador Eclesiástico Dr. Don Miguel de la Rocha, para hacer el padrón, la matrícula, redactar las obligaciones de los vecinos y precisar los límites, los que así quedaron:
“(…) desde el alto nominado de Dragú, cogiendo la cordillera de la cuchilla abajo a dar a la quebrada que llaman del Rincón, hasta donde dentra en el río de Guacamayas, este arriba hasta el puente de Macaravita y de allí volviendo sanjón que llaman del Rincón arriva a dar a el alto del Chiscote, y de allí cogiendo cuchilla arriva hasta el del Espejal, y de este siguiendo aquella, hasta el nombrado Mahoma, de allí volviendo a la quebrada del Escobal a topar con el primer lindero”. (Ibid. 571-572).
El nombre asignado fue: “Parroquia de Nuestra Señora de Chiquinquirá” y los vecinos se comprometieron a construir iglesia, casa del cura, pagar su congrua y sustento, mantener la lámpara de Nuestro Amo que debía permanecer siempre encendida y organizar las tres cofradías: de Nuestro Amo y Señor Sacramentado, de la Virgen de Chiquinquirá, la patrona, y de las Ánimas Benditas. Finalmente el Virrey Manuel de Guirior firmó la aprobación de segregación de parroquia el 18 de agosto de 1773. Como fundadores se consideran al padre Joseph del Ferro y al padre Miguel de la Rocha. (Ibid. Pgs. 569, 573).
Tres años y medio después, marzo de 1777, el visitador Don José María Campuzano y Lanz encontró que la iglesia era de bahareque y paja y “con muy poco adorno”. Hizo el padrón y resultaron 1.025 vecinos, incluidos ocho criados, pero muy pocos tenían casa en el poblado porque, la mayoría, según declararon los vecinos que fueron testigos, “eran muy pobres” y se habían quedado a vivir en sus granjerías. (Visitas Boyacá T.10, f. 968 r.- 995 r.)
El visitador dejó la orden expresa de trazar el plano reticular del poblado con calles amplias según las ordenanzas españolas, construir la iglesia de tapia y teja y también la cárcel; por esto, Don Carlos Daza y Hernández, alcalde partidario, el 7 de junio siguiente, citó a los vecinos y después de la misa mayor hizo el “repartimiento” de los dineros que debían sufragar los vecinos de acuerdo a sus posibilidades; la lista la encabezó el mismo con un aporte de 20 pesos para la iglesia y cinco para la cárcel, seguido de Don Agustín José Hernández a quien le asignó 30 pesos para la iglesia y cinco para la cárcel, y así a todas las 215 cabezas de familia restantes. Se recogerían 917 pesos. (Visitas Boyacá T. 14 f. 988 r.- 995 v.)
Los vecinos interrogados por Campuzano y Lanz, manifestaron que cultivaban productos de clima frío y cálido como caña, plátanos arracacha, yuca, maíz, papas, trigo, cebada, alverja, garbanzos y fríjoles; que la tierra era muy fecunda para toda clase de frutos, pero estéril para cría de ganado; no obstante, cuando se creó la parroquia de La Uvita, pagaron con bueyes su contribución para la construcción de la iglesia y tenían un hato para costear la lámpara de nuestro Amo que debía permanecer encendida. También manifestaron que tejían bayetas y camisetas para su vestuario.
El visitador Campuzano y Lanz, abolió el resguardo de Boavita porque sólo encontró 30 tributarios y 242 indígenas en total, por lo cual ordenó su agregación al resguardo de El Cocuy. (A.G.N. Visitas Boyacá T. 14, f. 723 v.). Los indígenas tuvieron que irse con sus familias, imágenes y alhajas religiosas, el ganado de las cofradías y demás enseres, en un verdadero “destierro”. Pero en el año de 1781, por Orden Real les fueron restablecidas sus tierras en Boavita y regresaron dejando gran parte de sus pertenencias religiosas en la iglesia del Cocuy. En 1792 afrontaban un conflicto con el padre Ignacio de Nova, por linderos, entre el resguardo y la parroquia de la Uvita.
Por estos años la iglesia de La Uvita seguía sin terminar por discordias entre los mismos vecinos, según declararon algunos de ellos, a pesar de llevar varios años de fundada la parroquia había personas que impedían el progreso y también por la falta de recursos de muchos de ellos. La iglesia de La Capilla igual, sin mayor adelanto por la pobreza de la mayoría de sus pobladores. (A.G.N. Visitas Boyacá T. 4 f. 998 r. v.)
En cuanto a los libros parroquiales de la Capilla, desde 1780 hay registros firmados por los Presbíteros Ignacio Vicente González e Ignacio Escobar, y respecto a la construcción del templo, el párroco Dr. José Eusebio Camacho, dejó la siguiente constancia: "El año de 1785, viernes día 2 de septiembre, se comenzó a abrir la cepa de esta santa iglesia, día de San Antonio"; afirmó que él hizo construir la Capilla en cinco años y algo más, con sus recursos, 200 pesos gastó en la obra y en la compra de un cáliz "con su correspondiente dorado", que la colaboración del vecindario sólo le alcanzó para un copón, pues si bien vivían bastantes señores en la parroquia, muchos, como "los Espinozas" y "el Sr. Carreño" de la Floresta, por no contribuir con los gastos parroquiales, decían que eran vecinos de El Cocuy y los jueces del lugar eran muy ineptos para hacer cumplir las normas. (Archivo Parroquial de San Mateo, en: Vargas de Castañeda, Rósula, 2013, pgs. 279-280).
La invasión de tierras era frecuente; en la jurisdicción de la Capilla, en un litigio en Floresta y Ramada, los testigos afirmaban que las tierras en conflicto habían sido de Gregorio Hernández, quien las había recibido en dote por María su esposa y que les constaba que “él las había defendido con su propia vida”. (A.G.N. Visitas Boyacá T. 10 f. 830 v, 915 r.). “Monte Redondo” fue motivo de un pleito en 1791, porque aunque el visitador Campuzano y Lanz había determinado que esta estancia era de la Capilla, sus vecinos querían pertenecer a Macaravita. (A.G.N. Poblaciones. T. 2 fs. 561 r.-585 v.) Finalmente Monte Redondo quedó en la jurisdicción de la Capilla.
La fértil tierra de La Capilla para el cultivo de cereales como el trigo y el maíz, hizo necesaria la elaboración de harinas, que sin duda fueron la materia prima importante de los amasijos, mantecadas, galletas y otras deliciosas colaciones que acompañaban las celebraciones familiares al recibir los sacramentos, las misas de Aguinaldo y otras fiestas religiosas. En 1790, el cabildo de Tunja le concedió licencia a Marcos de Sepúlveda para la construcción de un molino en la parroquia de La Capilla. (A.R.B. Fondo Cabildos. Leg. 36 f. 174 r.)
El nombre oficial era: "Parroquia de Nuestra Señora de Chiquinquirá" y así se registra en algunos documentos, en otros, se continuó llamando "La Capilla”, nombre con el que se conoce hasta 1914 cuando por Ordenanza n.° 14 se cambió a San Mateo, porque había otro pueblo con el nombre de La Capilla en el Valle de Tenza. La toponimia de las veredas resultó de la caracterización geográfica y la producción de las estancias, con palabras de origen español como: Monte Redondo, Cuicas Ramada, Cuicas Buraga, El Vijal, Floresta, El Hatico, Guayabal, Concordia, Cascajal y La Palma. Peñuela, apellido español, Alfaro, palabra de la influencia árabe en España y San José del Santoral católico.
En conclusión, el poblamiento de San Mateo en la época Colonial, fue el resultado de un proceso que dinamizó el resguardo indígena de Boavita, de propiedad comunal, como eje administrativo y religioso, frente a la propiedad privada de estancias, impuesta por el poder español. En este largo proceso se transformó la población en crecimiento y mestizaje y surgió la parroquia de La Uvita en 1758, y de ésta, se segregó la parroquia de La Capilla en 1773. En las zonas rurales aparecen tipos de trabajo como: jornalero, arrendatario, aparcero, granjero, siembra en compañía y concertaje, y en su estructura, a partir de las parcialidades indígenas se conformaron las veredas de Boavita, y a partir de las estancias, se configuraron la mayoría de las veredas de La Uvita y San Mateo.
P.D. Mis agradecimientos a Beatriz Bonilla Sepúlveda, Magister en Lingüística Hispánica, por sus sugerencias en la lectura del texto.
BIBLIOGRAFÍA.
FUENTES PRIMARIAS
Archivo General de la Nación.
Visitas Boyacá Ts. 4, 7. 10, 14, 19.
Resguardos Boyacá. T. 7
Fábrica de Iglesias T. 1
Poblaciones T. 2
Archivo Regional de Boyacá
Fondo Cabildos Leg. 36
Archivo Histórico de Tunja Leg. 293.
FUENTES IMPRESAS.
Ancízar, Manuel. (1853) Peregrinación de Alfa. Por las Provincias del norte de la Nueva Granada. Bogotá, Imprenta Echavarría Hermanos.
Oviedo Basilio Vicente de. (1930) Cualidades y Riquezas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Imprenta Nacional.
BIBLIOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA.
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Osborn, Ann. (1985). El vuelo de las tijeretas. Bogotá, Banco de la República.
Stern, Steve. (1986). Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española. Madrid: Alianza Editorial.
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____________(1970) Estado actual de los estudios de demografía histórica en Colombia. En: A. C.H.S.C. págs. 65 - 140.
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Vargas de Castañeda, Rósula. (2013). El origen histórico de los Pueblos de Boyacá. Tomo 3. Academia Boyacense de Historia. Colección Ruta del Bicentenario. Búhos Editores



Muy interesante.