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JUEGOS, DIVERSIONES Y BEBIDAS EMBRIAGANTES EN PUEBLOS DE ORIGEN LACHE, DURANTE LA COLONIA.

  • albaluzbonilla
  • Oct 23, 2021
  • 14 min read

Updated: Aug 3, 2023

Abreviaturas:

A.G.N.: Archivo General de la Nación.

A.H.T.: Archivo Histórico de Tunja.

A.P.CH.: Archivo Parroquial de Chita.

T.: Tomo Leg.: Legajo f.: folio r.: recto v.: verso


El propósito de este artículo es conocer algunas particularidades sobre los juegos, diversiones y bebidas embriagantes en pueblos de origen lache: Cocuy, Panqueba, Guicán, Chiscas, Guacamayas, Boavita, Chita, La Salina, y las parroquias de vecinos de El Cocuy, La Uvita y la Capilla, durante la Colonia, mediante la narración de casos de la vida cotidiana, analizando el entramado de costumbres y controles sociales que se tejieron y arraigaron en la región.

Las actividades de esparcimiento siempre han estado presentes en la vida diaria de las culturas del mundo, especialmente a partir del período Neolítico, cuando el hombre descubrió la agricultura y tuvo un tiempo extra a las actividades que demandaban la búsqueda de los recursos indispensables para su subsistencia.

Los juegos de azar como los dados y los naipes, han existido desde la Edad Antigua, surgen del augurio y la adivinación en culturas de Oriente y se cree que los árabes los trajeron a España; se difundieron por Europa y fueron diversiones de los pueblos del medioevo, donde los naipes, adoptaron, a finales de este período, la representación de los estamentos de la sociedad. Así, las copas representaban al clero, las espadas a la nobleza caballeresca, los oros a la burguesía, y los bastos a los artesanos y campesinos. (Lara Romero, 2015, pág. 265)

Los bolos, quizás, uno de los juegos más antiguos, fue practicado por los egipcios, griegos, romanos y estuvo en los pasatiempos de la Edad Media. En España adoptó varias modalidades en cuanto al número de palos, de jugadores y llegó con los españoles al Nuevo Mundo, junto con las peleas de gallos que habían aparecido en la China hace unos 2.500 años, pasaron a la India, Medio Oriente, y siguieron el mismo recorrido histórico de los bolos.

Otros juegos como: carreras a caballo, juegos de cañas, de moros y cristianos, juegos de pelota, la ruleta y la trueba (antecesor del billar), las rondas infantiles, el trompo, la rayuela y las canicas, también llegaron con los españoles. De los anteriores, con excepción de los de caña y de moros y cristianos, no se han encontrado referencias documentales, pero, por la tradición oral y por su registro en otros lugares de la Provincia de Tunja, se puede afirmar, que estuvieron presentes en la región de los laches en el período colonial.

Aunque los juegos de azar fueron prohibidos en España por el rey Alfonso X en el siglo XIII, y se ratificó su prohibición por los reyes Fernando e Isabel en 1476, venían muy arraigados en los conquistadores; “Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Gonzalo Jiménez de Quesada, fueron célebres por sus proezas de conquistadores y por ser “empedernidos jugadores de naipes, dados y boliches” (Lara Romero, 2015, págs. 255-256)

Gonzalo Jiménez de Quesada fue encomendero de Chita, Chiscas, La Salina, indios de los Llanos, Tipa, Baganique y Motavita, en la jurisdicción de Tunja, tres pueblos más en la jurisdicción de Vélez, y otros dos en la de Tocaima, (Mojica Silva, 1946, p. 175), y por lo tanto, gozó de los tributos de los indígenas de estos pueblos de 1563 a 1579. En el Juicio de Residencia que se le hizo, fue encontrado culpable de tener en su casa una tabla de naipes en la que jugaba él mismo, y fue castigado a pagar una multa. (Lucena Salmoral: Ximénez de Quesada el Caballero del Dorado, 1980. En: Lara Romero, 2015, pág. 160)

Los naipes, los dados, la ruleta y la trueba, llegaron y se difundieron rápidamente en el Nuevo Reino; Ángel López asegura que la pasión por el juego a pocos años del descubrimiento, “se había transformado en una verdadera plaga social que involucraba a todas las razas y era la distracción preferida en el tiempo libre”. (En: Lara Romero, 2015, pág. 125).

En el resguardo de Panqueba hacia 1635, se le hizo juicio al cacique Hipólito, quien era el encargado de recoger los tributos y entregarlos al corregidor para que él, a su vez, los llevara al encomendero Diego de Paredes Calderón; pero faltaba el tributo de algunos indígenas, incluso de varios años. Una de las preguntas en el juicio era: que si el cacique Hipólito “era un indio jugador” y por esto estaba muy pobre y los tributos no estaban completos. A.G.N. (Visitas Boyacá, T. 12 f. 177 r.) El documento no aclara la respuesta, pero deja entrever que hubo indígenas que practicaban los juegos de azar y con apuestas de dinero.

Los indígenas laches festejaban acontecimientos importantes con el consumo de Yopa. En la visita de Luis Enríquez a los pueblos de la Provincia de Tunja, en 1603, el padre Julio Baptista García, cura doctrinero de Chiscas, afirmaba que los “tunebas que viven entre los guaravitevas y los chiscas, son muy inclinados a mascar hayo y yopa”, y se resisten a aceptar las cosas de la doctrina cristiana. (A.G.N. Visitas Boyacá, T. 9, f. 679 v.).

Al respecto, el padre Pedro Guillén de Arce, doctrinero de Chita y La Salina, narró muy desconsolado al visitador Juan de Balcárcel, en 1635 este caso: que estando él en La Salina, “un indio llamado Andrés” fue nombrado como cacique de Chita y para celebrar, invitó a algunos indios a fumar yopa como lo hacían sus mayores; que un indio llamado Diego había traído la yopa del Llano y el nuevo cacique, Andrés, los hizo ayunar todo el día y esa noche llamando al demonio y en sus ritos y ceremonias, lloraron porque habían entrado los españoles y los habían vuelto cristianos; tomaron toda la noche, se emborracharon, “haciendo torpes visajes, mostrando ver al demonio y hablar con él”; que la yopa la tenía un viejo llamado Pedro en un caracol tapado con una cola de león y otro viejo llamado Alonso, padre del cacique, repartía la yopa en unas cucharitas de hueso de león; que las hembras no podían entrar al lugar y al día siguiente ellas tenían nueva comida y bebida. (A.G.N. Tierras Boyacá, T. 14, f. 660 r.v.) El demonio al que se refiere el padre Guillen, para los indígenas no era un ser maligno, era un espíritu protector.

El padre estaba muy conmovido porque él había adoctrinado al indio Andrés, y pasados 100 años de la conquista, a pesar de sus enseñanzas y las de otros doctrineros, los indígenas aprovecharon un momento de descuido del cura y habían retomado esa costumbre antigua, para manifestar su rechazo al control del dominio hispano en sus territorios, y en especial a las enseñanzas y prácticas de la religión católica. (Bonilla, 1990, pág. 327)

Los juegos de la caña, de moros y cristianos y las corridas de toros, los organizaban las cofradías de indios y de vecinos y generalmente se realizaban en las fiestas de los patronos o santos venerados, después de la Misa Mayor (10 a.m.). Los frailes y los curas fomentaban la organización de estas fiestas para atraer a la población y hacer llamativa la evangelización. Estos juegos se abordarán en el estudio de las Cofradías.

Entre la población blanca, un momento triste que se volvía fiesta, era cuando moría una persona con buenos recursos económicos, pues su entierro sería de “Cruz Alta” o de “pompa”. En 1699 murió el Capitán Gabriel de la Fuente Oviedo, dueño de la estancia de Quindeva, en Chita; su hijo Pedro de la Fuente, en juicio con su media hermana, declaró que él había pagado a Fray Miguel Suárez de Figueroa, 44 pesos por “el entierro, misas y novenario”, 12 pesos por el hábito que sirvió de mortaja, 24 pesos por seis cargas de harina, tres para el novenario y tres para el cabo de año, más 20 pesos por cuatro reses, dos para el novenario y dos para el cabo de año. Sin embargo algunos testigos afirmaron que en el entierro los gastos “no había pasado de cincuenta pesos” (A.G.N. Tierras de Boyacá, T. 14, fs. 561 v.-262 r.). De todas maneras, si una res costaba cinco pesos, 50 pesos era una suma considerable para un funeral.

Es fácil imaginar el gran piquete y la tomata que resultaban en un funeral y novenario de “Cruz Alta”, y aunque una ordenanza eclesiástica prohibía las reuniones en las casas y los rezos, no se acató y la costumbre permaneció. El padre Amaya (1930, pág. 73), lo confirma, pues si la familia del “finado” no invitaba al novenario, era muy criticada pues los llamarían “tacaños, mezquinos, desagradecidos, malos hijos, malos esposos” y durante mucho tiempo cargaban con esta culpa. Todavía, en la actualidad, hay familias, especialmente en algunas zonas rurales, que matan un novillo para los asistentes a la ceremonia religiosa de un finado.

Respecto a las bebidas embriagantes, la chicha fue la bebida ancestral que aportaron los aborígenes a la nueva dieta alimenticia, pues acostumbraban a consumirla en sus festividades. La caña de azúcar traída por los españoles, incrementó la oferta de bebidas con el guarapo y el aguardiente y algunos mestizos vieron una oportunidad de trabajo en estas bebidas y abrieron sus ventas en sus casas, en los poblados, e incluso, dentro de los mismos resguardos.

Salvador García era un vecino quien tenía licencia de “estanquero” en el pueblo de la Salina; por el año de 1774, el corregidor del partido, Don Nicolás de Rojas, ratificaba que él había publicado un auto de “Buen Gobierno” en el que se prohibían los guarapos y bebidas fuertes, pero esta norma no se cumplía. Don Nicolás de Mendivelso, cacique de la parcialidad de Rubacate, acusó a Salvador García de los atropellos contra él, entre otros, por afirmar que el guarapo que García vendía en su casa, “a continuación del aguardiente”, había sido el motivo de las puñaladas que le habían dado a Pedro Flórez, y por haberle dicho, como cacique que era, que “para qué hacía bailes en su casa, (que eso) era delicado” (…), “por esto me dio de golpes y palos.” (A.G.N. Criminales T. 101, f. 356 v.)

También en el pueblo de indios de El Cocuy, el cura doctrinero Eustaquio de la Parra y Toribio Reyes, vecino de Barichara, pero residente en este resguardo, se enfrentaron con sendas cartas al Virrey Don Antonio Amar y Borbón. El cura afirmaba que Reyes tenía un negocio en la plaza y se hacía llamar “estanquillero de aguardiente”, pero que él no lo había rematado y nadie lo controlaba; tenía su venta en la esquina de la plaza, cuando ahí no vivían blancos y eran los nativos quienes lo consumían, gastando su poco dinero en detrimento de sus familias y de su salud, porque se embriagaban, se peleaban y se maltrataban unos con otros, y cuando iban los alcaldes indios a poner algún remedio, Reyes decía que él era libre de vender día y noche y que el cura lo que pretendía era destruir las rentas del aguardiente. (A.G.N. Resguardos Boyacá, T. 1, fs. 813 r.-817 v.)

Había ventas de guarapo hasta en los caminos, para ofrecer a los transeúntes y moradores de los campos. Cuando en 1777, en Chita, se remató un cuarto del resguardo para los vecinos, el visitador Campuzano y Lanz ordenó que salieran del resguardo todos los mestizos “guaraperos y guaraperas”. Esta orden tenía una connotación económica, porque la venta del guarapo no tenía impuesto, y sí le hacía competencia a la venta del aguardiente (Mora, 1979, pág. 93), pero, para los indígenas, era otra forma de explotación con la oferta de bebidas embriagantes que afectaban su salud, la alimentación de sus familias y hasta su integridad física.

Otro dato curioso, en cuanto a consumo de licor por parte de los vecinos, se encuentra en una nota al margen en uno de los libros de la parroquia de Chita, que dice: “Si supieran los S.S. Visitadores Eclesiásticos lo pícaro y atrevidos que son algunos de los feligreses (…) pues son los tales hechos a boca de hacha y zurrones de guarapo y aguardiente” (A.P.CH. Libro N° 2° Bautismos de Indios, f. 117 v.), y es que los españoles eran buenos tomadores de aguardiente; por algo en todo el Nuevo Reino los llamaban “chapetones”, por sus mejillas chapeadas cuando consumían este licor.

Las cacerías y las pesquerías las protagonizaban los blancos y estaban ligadas a las festividades religiosas. El Dr. Dn. Pedro Ortíz de Morales en su visita eclesiástica a Chita en 1709, dejó consignados los perjuicios que causaban, pues los cazadores salían los días festivos y faltaban a misa; convocaban a muchos indios para que los acompañaran y guiaran, y ellos tampoco podían asistir a las ceremonias religiosas; los perros que llevaban ocasionaban daños en los ganados menores de las haciendas y granjerías situadas por el camino; por esto, ordenó quitar este abuso con pena de excomunión mayor y el pago de 50 pesos, aplicados, la mitad para la Santa Cruz y la otra, para gastos arzobispales. (A.P.CH. Libro 3° de Bautismos, f. 11 r.). Orden que tampoco se cumplió.

El padre Amaya (1930, págs. 56-58.) narra con detalles, los pormenores de las cacerías. La preparación se iniciaba unos 20 días antes de la salida; el alférez determinaba los días y el páramo a visitar, ordenaba matar los corderos y las gallinas, alistar las bebidas y demás víveres, conseguir las toldas para la ranchería, la limpieza de las escopetas, escoger los mejores perros y disponer de las bestias para la expedición. Se preguntaba a los indígenas que vivían cerca de los lugares escogidos, sobre los recientes “comederos” de los venados y la vista del pájaro “venadero”. Continúa la narración con los rigores del camino, el armado de la ranchería, el trabajo de las mujeres que preparaban la comida, las escaramuzas de los cazadores, la travesía por lomas, riscos y quebradas, la lucha incesante de los venados por evitar los tiros, hasta la pérdida de su último aliento. Finalmente se seleccionaba el mejor ejemplar como trofeo y ofrenda a Santa Bárbara o a San Juan Bautista, se le sacaban las entrañas y se rellenaba con hojas de árboles resinosos y perfumados musgos, para así exhibirlo en la puerta de la iglesia. Los cazadores se repartían la carne de los demás animales y se elegía el alférez de la siguiente cacería.

Pero, ¿los laches realizaban algún deporte en tiempos prehispánicos? Si, el “Muma”, y era tan rudo, que el cronista Lucas Fernández de Piedrahita en el siglo XVI, calificó su práctica de “natural barbarismo”. Consistía en que los hombres jóvenes salían a un campo vestidos de gala y adornados con plumas se enfrentaban por parcialidades; se golpeaban con mucha destreza hasta cansarse y quedar muy lastimados. Era muy llamativo para los españoles quienes viajaban desde 10 o 12 leguas de distancia para disfrutar y aplaudir el particular evento. (1973, pág. 93.) Este juego se mantuvo hasta el siglo XVIII, posiblemente con la mirada soslayada de los curas y las autoridades civiles, pues cuando en 1777, el Visitador Campuzano y Lanz, citó a los indígenas de Chita, en la plaza, frente a la iglesia, para hacer las listas de tributarios, encontró a varios jóvenes incapacitados para pagar tributo, debido a las “quebraduras en el vientre” ocasionadas en los terribles golpes que se daban en el “brutal, gentílico y supersticioso juego”. El visitador lo prohibió e impuso una pena de cien azotes y quince días de prisión para quien desobedeciera. (A.G.N. Visitas Bolívar T. 3 f. 488 r. Copia en el A.P.CH.)

Era tanta la propagación de los juegos de ocio en el siglo XVIII, que para que funcionara un juego de bolos, pasatiempo especial de españoles y mestizos, se requería un permiso del Cabildo de Tunja; así, Juan Gregorio Barrera en 1768, solicitó licencia para establecer un patio de bolos en su casa de Boavita (A.H.T. Leg. 245.fs. 16 r.- 17 v.); también, José Tomás Cáceres, en 1777, solicitó licencia para otro patio de bolos en La Uvita. (A.H.T. Leg 280, f. 163 r.). Las peleas de gallos fue otra de las diversiones predilectas de los españoles y demás habitantes neogranadinos; en los siglos XVI y XVII se hacían en los solares de las casas, y ya en el XVIII se crearon las galleras. (Pita, 2014, pág.119)

Hubo necesidad de reglamentar el tiempo para no descuidar el trabajo, por esto, el gobierno español, mediante la Real Pragmática del 6 de octubre de 1771, prohibió a “todos los artesanos y jornaleros de todas clases” jugar en días y horas de trabajo, es decir, desde las 6 de la mañana a las 12 del día y desde las 2 de la tarde a las 8 de la noche. (Novísima Recopilación de Leyes de España, Vol. 4 pág. 402. En: Lara Romero, 2015, pág. 254.)

Los juegos y diversiones de la población infantil empezaban desde sus hogares; la responsabilidad de enseñar a los niños indígenas era de los curas doctrineros quienes los evangelizaban y debían enseñarles a leer y escribir el castellano. Los nativos debían acudir a la puerta de la iglesia donde los recibía un “fiscal” o indígena quien le colaboraba al doctrinero en su oficio y por esto, no pagaba tributo. En noviembre de 1755, el padre Miguel de la Rocha, doctrinero de Chita, escribió al Tribunal de Santafé, solicitando el nombramiento de un nuevo fiscal porque tenía 552 “chinos y chinas” a su cargo (A.P.CH. Libro 7º General, f. 82 r.v.), y en el pueblo de Boavita en 1793, también el número era importante, pues había 80 “muchachas” y 35 “muchachos” de doctrina. (Visitas Boyacá, T. 7, f. 71 v.)

No hay indicios acerca del funcionamiento de escuelas públicas para los blancos y mestizos en los pueblos del Norte de Boyacá durante la colonia, y en las frecuentes demandas por tierras y por otros motivos, casi siempre se firmaba “a ruego”, porque eran pocas las personas que sabían firmar. En 1809, los vecinos de la parroquia de la Uvita solicitaron permiso para establecer una escuela pública, pues era tanta la ignorancia que se vivía, “hasta el punto que no se encuentra un individuo que sepa leer y escribir para que se sirva de maestro”. (García, 2005, pág. 228)

No obstante, los niños de todos los grupos raciales jugaban al trompo, la rayuela, las canicas, con pelota, y otros que ya eran comunes en España en el siglo XVIII, como: la gallina ciega, carreras, saltos con garrocha, saltar el lazo, columpios en los árboles, volar cometas, correr en caballitos de madera, (Pelegrín, 1991-92. págs. 305-309), y las niñas jugaban con muñecas de trapo y de tusa, o corazón de mazorca y sus ameros, molinillos y otros objetos relacionados con oficios de la casa. Los pajarillos de arcilla y el juego de pelota son también propios de culturas americanas.

En síntesis, las celebraciones nativas de los laches, desaparecieron; excepto en los indígenas tunebos que se resistieron a la evangelización y huyeron del dominio español. Los juegos de azar y de ocio, los de la caña, de moros y cristianos y la fiesta taurina, siguieron practicándose; las cacerías y pesquerías continuaron como plan de aventura de los vecinos para adornar las fiestas religiosas con venados y frutos de la tierra, y al final degustar estos productos. Los juegos infantiles en las doctrinas de indios y en las de los vecinos complementaron la labor del doctrinero o del maestro y se inició la creación de las escuelas públicas.

Muchas de las fiestas religiosas, después de las ceremonias, y las fiestas civiles, estuvieron acompañadas del consumo de chicha, aporte nativo que continuó como alimento y bebida de celebración. El guarapo sació la sed de muchos jornaleros rurales y urbanos de todos los estamentos sociales y con el aguardiente, alegraron las fiestas familiares y locales que, por momentos al exceder su consumo, ocasionaron discordias, malentendidos, y hasta desenlaces funestos.

Así, las costumbres en torno a los juegos, diversiones y consumo de bebidas embriagantes de los pobladores indígenas, blancos y mestizos del norte de Boyacá y La Salina, durante el período Colonial, se fueron tejiendo con pequeñas vivencias e incidentes de la cotidianidad; algunos personales, otros colectivos; unos tristes, otros alegres; sometidos siempre a controles, pero igual, contribuyeron a ese entramado de hábitos y tradiciones que construyeron la historia de tres siglos y que hoy caracterizan la idiosincrasia de los habitantes de la región.



P.D. Mis agradecimientos a Beatriz Bonilla Sepúlveda, Magister en Lingüística Hispánica, por las correcciones y sugerencias en la lectura del texto.


BIBLIOGRAFÍA.

FUENTES PRIMARIAS.


Archivo General de la Nación:

Criminales Tomo 102

Resguardos Boyacá Tomo 1

Tierras Boyacá Tomo 14

Visitas Bolívar Tomo 3

Visitas Boyacá Tomos 7, 9, 12


Archivo Parroquial de Chita:

Libro 2º Bautismos de Indios

Libro 3° de Bautismos, Entierros y Casamientos.

Libro 7º. General.


Archivo Regional de Boyacá:

Archivo Histórico de Tunja. Legajos 245 y 280.


BIBLIOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA.

Alfonso Cabrera, Silvia. (2016) Juegos y juguetes infantiles en el arte medieval. Universidad Complutense de Madrid.

Amaya Martín. (1930) Historia de la parroquia de Chita. Tunja: Imprenta Departamental.


Bonilla, Alba Luz. (1999) El resguardo indígena de Chita en la segunda mitad del siglo XVIII. Tesis de Maestría en Historia. U.P.T.C. Tunja.


Fernández de Piedrahita, Lucas. (1973) Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada. Ediciones de la Revista Ximénez de Quesada, Bogotá: Kelly, Vol. 1.


García Sánchez, Bárbara. (2005). La Educación colonial en la Nueva Granada: entre lo doméstico y lo público. Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Bogotá


Lara Romero, Héctor José. (2015) Fiestas y diversiones en el Nuevo Reino de Granada Siglos XVI-XVIII). Universidad Distrital. Bogotá.


Mojica Silva, José. (1946) Relación de visitas coloniales. Tunja, Imprenta Oficial.


Mora de Tovar, Gilma. (1988-89) Chicha, guarapo y presión fiscal en la sociedad colonial del siglo XVIII. En: A.C.H.S.C. No. 16-17, Bogotá. Universidad Nacional


Pelegrín Sandoval Ana. (2002) Juegos y poesía popular en la literatura infantil-juvenil 1750-1987. Tesis. Universidad Complutense de Madrid.


Pita, Roger. (2014) Censuras y regulaciones a los juegos de albur en el Nuevo Reino de Granada Siglo, XVIII. Boletín de Historia y Antigüedades Vol. CI, no. 858

 
 
 

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